La obligación de disfrutar

El jueves pasado fue un día muy denso. Un día espeso como un puré de guisantes en el que estuve toda la mañana intentando desenredar una madeja que al final de la tarde estaba todavía más enmarañada. Para entonces ya estaba tristona, cansada y con cara de haba y me apetecía ir a un sitio donde no conocía a nadie a ser elocuente y animada lo mismo que venir sin sujetador a la oficina.

Gruñona como estaba me encaminé a la segunda cita de Chicas Night Out y se obró el milagro. Hicimos un taller precioso de arreglos florales que impartió Isabel, alma mater de Elisabeth Blumen y disfruté como una niña con zapatos nuevos. No sólo fue gozoso trabajar con flores, que es inspirador y muy muy resultón, sino que fue una gozada lo bien que Isabel nos explicó lo que teníamos que hacer, cómo dominó los tiempos y tuvo un ratito con cada una, cómo se ponía seria cuando alguna había hecho un churro metiendo cuatro flores en un tarro y cómo mejoraba cada uno de los centros que tocaba. Nos fuimos  de vuelta a casa cada una con dos centros monísimos, con la fantástica sensación de haberlos creado una misma y en mi caso soltando tacos como una tabernera por no haber hecho caso de las indicaciones y habérmelos llevado llenos de agua. Mi coche era el Támesis cuando llegué a casa porque la teoría de "bah, de aquí a casa casi no hay curvas" y "bah, en la bolsa de papel seguro que se mantienen de pie" no son buenas ideas llegados a ese punto.

Lo pasamos genial, Laura es un solete y lo organiza francamente bien, la música, la comida y el ambiente estaba fantástico pero no nos engañemos, ir a un sitio donde no conoces a nadie sigue siendo un trago. Llegar y que algunas de esas personas a las que no conoces hayan leído algo que has escrito tú me pareció absoltamente marciano.

Allí estaba yo, con las uñas sin hacer, las cejas sin depilar, un look de "acabo de salir de la oficina y he tenido un día de mierda" que si me viera Inés de la Fressange me hacía devolverle su libro y con la sensación de tener la creatividad de un gusano conocía a gente que me decía "¡he leído tu blog!". Claramente, el anti-estrellato.

Pero pasados los momentos de angustia iniciales volví a entender por qué nos sientan tan bien todo esos talleres precisamente en los que no conoces a nadie. Te reinventas a ti misma cada vez que pasas el umbral de la puerta. No quieres compartir preocupaciones, frustraciones, agobios y fracasos, quieres pasar un buen rato y aparcar la vida durante un par de horas. Te obligas a disfrutar y es eso lo que te sienta bien. Te obligas a ser agradable porque nadie entendería que te apuntases a un taller a ladrar a la de al lado o a ser una petarda maleducada y hacerle pagar a la humanidad tus desventuras. A veces lo consigues, a veces no (en un momento dado me empeñé en decirle a una chica que no, que lo que estaba haciendo no era nada cursi (en plan halago) hasta que su amiga me tuvo que explicar que a ella lo cursi le gustaba mucho y que como siguiera diciéndole que no lo era iba a acabar por ponerle corazones de merengue al arreglo floral...).

Disfrutar es una obligación. Libera la mente, relaja, educa y además te hace mejor persona. Unas flores ayudan y el tenerlas en la mesilla de noche te lo recuerdan. Dentro de nada se irán marchitando y serán un canto a la decrepitud pero entonces en un akelarre simbólico las tiraré a la basura exorcizando la angustia por el paso del tiempo. Por ahora las tengo en la entrada de casa para que todo el que pase lo pueda disfrutar y además decir ¡lo he hecho yo! que una no sabe si el otro alucina y entonces tu autoestima sube o el otro cree que haces estas cosas porque necesitas terapia ocupacional por un retraso emocional post-adolescente pero en estos casos se abstienen de comentártelo y tú, se lo agradeces mucho.